domingo, 29 de mayo de 2011

EL ROMANTICISMO EN LAS ARTES



El término romántico se aplica con sentido descriptivo a un cierto tipo de arte, literatura y música, principalmente de principio del siglo XIX, que comparte una serie de características: individualismo, emoción abierta, dramatismo y afinidad con la naturaleza. El poeta Baudelaire lo define como “... intimidad, espiritualidad, color, aspiración hacia el infinito, expresados por todos los medios que permite el arte”. En ese sentido se le suele compara con su término opuesto, ‘clasicismo’, que por lo general se suele referir, en este contexto, a la tradición ‘académica’. Durante el siglo XVIII, la tendencia denominada ‘neoclasicismo’ se planteó, como es sabido, como una recuperación (revival) de los valores clásicos de las artes plásticas y de la arquitectura. Ese concepto implicaba tanto al arte de la Antigüedad Clásica, especialmente su escultura y su arquitectura, como a los artistas de los siglos XVI y XVII que se habían inspirado en aquellos modelos. De todas formas, la diferencia entre ‘clasicismo’ y ‘romanticismo en el arte no queda en absoluto clara, teniendo en cuenta que algunos artistas considerados propiamente ‘románticos’ como Constable o Turner, se inspiraban a su vez declaradamente en modelos clásicos.


Un ejemplo muy ilustrativo de esto es el cuadro del pintor romántico inglés Turner titulado ‘Dido construyendo Cartago’ (1815), directamente emparentado con ‘El embarque de la Reina de Saba’ (1648) [véase], del artista barroco francés Claude ; el propio Turner exigió que ambos cuadros fuesen exhibidos juntos en la National Gallery de Londres. En la obra del francés nos encontramos con una composición rigurosamente organizada, ‘clásica’ ; hay una perspectiva simple con un único punto de fuga. El lienzo está dividido en cinco partes, formando una trama en la que se distribuyen tanto las arquitecturas como el horizonte. A Turner, por el contrario, como buen ‘romántico’, no le preocupa tanto la exactitud de las proporciones ; en si cuadro los puntos de fuga son múltiples, y la artificiosa utilización de la luz consigue transmitir la sensación de un ambiente opresivo y humano al mismo tiempo, cosa que no ocurre en el lienzo de Claude, ni tampoco se pretende.
Por otro lado, resulta prácticamente imposible delimitar el momento exacto en que acaba el ‘neoclasicismo’ y da comienzo el ‘romanticismo’, y hay autores (Goya, Beethoven, Schubert, Boullée, Blake, etc.) que fácilmente podrían adscribirse a ambos períodos de manera indistinta. En este sentido, Robert Rosenblum opta por subdividir el período ‘neoclásico’ en varias tendencias artísticas en función de las temáticas que se pueden observar en cuadros y esculturas:
a)      Neoclásico horrendo: El arte como vehículo para expresar los impulsos más arrebatadamente románticos; tiene mucho que ver con los primeros escalofríos del horror ‘gótico’ que sacudió el arte británico de la década de 1770.
b)     Neoclásico erótico: Se recrean algunos aspectos del imperio de Venus que ya habían explorado los artistas del Rococó, tanto placenteros como trágicos.
c)     Neoclásico arqueológico: Reconstrucción lo más fidedigna posible de escenas históricas o legendarias de la Antigüedad clásica.
Las modalidades 1a y 3a tuvieron su continuidad en la época ‘romántica’, aunque con las consabidas variaciones. Así, por ejemplo, el Romanticismo tendió más a imitar la Edad Media que la Antigüedad.
 
1)      La música
            Durante el Siglo de las Luces esta modalidad artística fue generalmente relegada a un segundo plano por los estéticos: no era considerada más que un simple juego de sonoridades destinado a proporcionar diversión al espíritu por medio de los sentidos. Eso es lo que afirmaba Kant en la ‘Crítica del Juicio’, y a esa interpretación se adhirieron con pocas variaciones el primer Herder (que luego cambiaría de punto de vista, decantándose hacia el bando ‘romántico’), Winckelmann y Lessing, todos ellos defensores acérrimos del ‘neoclasicismo’. La escuela romántica, por el contrario, para la cual, como hemos apuntado más arriba, las distintas artes constituían manifestaciones particulares de un principio de actividad único y misterioso en su esencia, concedió a la música un lugar preeminente, ya que, como afirmaban teóricos de esa tendencia, como Wackenroder o Tieck, “... liberada de las limitaciones de la razón, de toda imagen o de todo concepto preciso, puede, mejor que todas las demás artes, expresar el secreto del universo, ser evocación del mundo de los espíritus, del infinito, de lo absoluto”.
            Las ideas básicas para esta ‘filosofía musical’ están sacadas de las mismas fuentes que las de todo el movimiento romántico, a saber, de los escritores del Sturm und Drang, para los cuales, efectivamente, la música era la expresión directa, sin concepto, de la emoción. Estas ideas, que ya se hallan presentes en filósofos como Fichte y Schelling, se plasman, en lo que a la música se refiere, en el pensamiento del famoso escritor E.T.A. Hoffmann (1776-1822), que hemos citado ya más arriba, él mismo pianista, compositor y director de orquesta, para el cual el músico era algo así como un ‘sacerdote’, el único capaz de interpretar el jeroglífico de la naturaleza viviente, cuyo mensaje recibía en virtud de una especie de ‘poder mágico’. Sólo la música podría, según él, hacer posible aquel postulado de Schlegel que decía: “Reunir en un solo haz todos los rasgos de la cultura”. En función de ese ideal evolucionaron las técnicas orquestales y la armonía a lo largo de todo el siglo XIX, quebrantando poco a poco el marco tonal ; la ‘obra de arte total’ que Wagner perseguía con sus óperas constituiría el escalón final de ese proceso.
Lo que conocemos como Escuela Romántica en música se presenta, siguiendo a Percy A. Scholes, como un movimiento que comienza con Weber y es retomado más tarde por Mendessohn, Schumann y Wagner en Alemania y Berlioz en Francia, junto con el franco-polaco Chopin y el húngaro Liszt, por citar sólo a primera figuras (músicos menos interesantes desde el punto de vista formal, como Rossini, Donizetti, Verdi –la ‘ópera romántica italiana’ en general- o incluso Paganini también forman parte de la misma concepción estética). Entre Weber y Mendelssohn se sitúa el período conocido por Biedermaier, cuya superficialidad y efectismo técnico concuerda en sus características con el período pictórico del mismo nombre [véase]. Se supone que el romanticismo musical comenzó hacia el año 1800, por lo cual algunos autores incluyen en la lista a Beethoven y a Schubert ; no obstante, hay que tener en cuenta que el componente clásico de esos autores es bastante más significativo que el romántico, y por ello conviene más adscribirlos al ‘clasicismo’. Son los inconvenientes de las cronologías estrictas, y más en música, cuyo concepto comporta ya de por sí una fuerte carga de ‘romanticismo’.
            Este movimiento estaba totalmente integrado con la tendencia que, procedente de la Literatura, se estaba adueñando del ámbito cultural europeo aproximadamente por las mismas fechas en otros campos artísticos, especialmente en Alemania y Francia. De hecho, los compositores románticos estaban vivamente interesados por lo literario ; así, Weber y Wagner se inspiraron en leyendas del Norte de Europa, Schumann utilizó para sus composiciones motivos sacados de la literatura romántica pseudo-filosófica de su época, Chopin utilizó profusamente la obra del poeta polaco Mickiewicz y Liszt ponía en música a Lamartine y a los pintores románticos franceses. A esta impronta literaria habría que añadir las ideas nacionalistas aparecidas en Europa desde la época de las guerras napoleónicas ; así, Weber, Schumann y Wagner intentaban plasmar ‘lo alemán’, Chopin ‘lo polaco’, Liszt ‘lo húngaro’, y más tarde se desarrollaría una rama romántica claramente ‘nacionalista’, con compositores de la talla de Dvorák (Bohemia) o Grieg (Noruega). El movimiento romántico, en eterno enfrentamiento con las tendencias ‘formalistas’, se extendió hasta los albores del siglo XX con autores como Richard Strauss, Elgar, MacDowell, etc., para ser sustituido entonces por el ‘impresionismo’ y otras tendencias antirománticas (hay quien se refiere, no obstante, a un cierto ‘neo-romanticismo’, detectable en compositores posteriores como Schönberg y otros).
                
2)    La Pintura
            Lo que más distingue a los pintores románticos es su afición por reflejar el paisaje, y en esa paisajística se suele intentar reflejar, como apunta Fritz Novotny, el ‘infinito’ y lo ‘inconmensurable’ ; este extremo se halla implícito tanto en las reflexiones de los teóricos, poetas y pintores como en los propios cuadros.. Lo dicho no significa, ni mucho menos, que los paisajistas del período inmediatamente anterior (‘neoclásico’) no se percatasen de lo ilimitado del paisaje ni trataran de expresarlo de alguna manera en sus obras ; sin embargo, en el clasicismo este sentimiento y esta actitud siempre se encontraron limitados por la disciplina académica: la insistencia en los detalles individuales no dejaba espacio para percibir de un modo cabal la amplitud y la grandeza. En ese sentido se podría considerar a la paisajística romántica como una continuación y un complemento del paisaje clasicista, desde el momento en que el propio concepto de ‘paisaje’ es en sí mismo ‘romántico’. El paisajismo romántico revista las siguientes cualidades.
a)      Expresar de forma sencilla la monotonía y la inmensidad de los elementos de la naturaleza
b)     Nueva actitud del ser humano ante el mundo natural ; más que intentar dominarlo, se adopta un papel contemplativo.


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